Puede que para algunos sean meros e insignificantes trozos de papel, pero esas entradas cuentan mucho más que el grupo que tocó, hora y lugar. Esos trozos de papel son conciertos, sí, de tu grupo preferido, de aquellas canciones que soñabas escuchar algún día en directo; pero también son viajes, locuras de ir y volver en un mismo día para disfrutar solo unas horas; como aquella escapada a Suiza de menos de veinticuatro horas solo para ver a Slash o coger el coche un lunes al salir de la universidad, bajo una lluvia torrencial, porque tocaban WASP en Granada. La de veces que nos hemos subido en el autobús con dirección a Madrid nada más salir el sol y volvernos a la una de la mañana porque al día siguiente teníamos clase o tocaba trabajar.
Esas entradas me hablan de personas, de mis amigos con los que viví mis primeros conciertos; de aquellos que, sin gustarles tanto como a mí, me ayudaron a hacer cola todo un día, con su noche incluida para conseguir una entrada o se embarcaron en un viaje para que yo no fuera sola a algún concierto. De las personas que he ido conociendo en los conciertos y festivales y que muchos, a día de hoy, son mis amigos. Basta mirar uno de esos aparentemente simples trozos de papel para recordar todas las anécdotas de ese día, las aventuras vividas en el camping, como mi inexperiencia me llevó a dormir en el suelo en mi primer festival, pero también como terminé alojada en un hotel de cinco estrellas en Bilbao después de ver a AC/DC.
Dormir en el coche o en el asiento de atrás de una furgoneta en una gasolinera perdida en algún lugar de la geografía española nunca ha sido inconveniente si era para ir a un concierto, tampoco lo es ducharse con agua helada, el frío con conciertos, es menos frío, aunque a veces se te corte el cuerpesito. Esas entradas me recuerdan la etapa groupie, esperar para hacernos una foto con los músicos, recorrernos los hoteles de la ciudad porque sabíamos que ellos se alojaban por la zona, visitas a los camerinos y cumplir tus sueños de adolescente.

No están todas las que son, muchas perecieron en el camino, como muestra de que disfruté al máximo, entre pogos, empapadas en el dulce elixir del bourbon, e incluso fruto de algún robo. Esas entradas, pulseras, púas…cuentan una historia, cada una su propia historia, algunas son divertidas, apasionantes, trepidantes, hay alguna triste e incluso inconfesable, pero volvería a repetirlas todas.

Espero que en algún futuro próximo podamos volver a disfrutar de la música en directo y de todo lo que ello conlleva, de esos nervios de saber que al día siguiente se pondrán a la venta las entradas, de desplazarme a donde hiciera falta solo por saber que en ese sitio venden las de taco, las bonitas, de esas que tienen identidad propia, y no las amarillentosas que parecen todas iguales, de reencontrarnos todos, de esas previas que te hacen hasta llegar tarde al concierto, de anotar todas las fechas en la agenda y ver que te coinciden dos en el mismo día y toca elegir, de estar todo un año planeando y organizando para pasar una semana de festival.

Algún día… algún día me volveré a quejar de que haya gente que lance cerveza y siempre me caiga encima, de que el Hombre-Pantalla se plante ante mí, de que no haya puesto de merchandaising o que solo hayan traído dos vinilos para vender y he llegado tarde. Pero eso significará que volveremos a brindar con chupitos de Thunder Bitch mientras los teloneros se preparan.

Texto y fotos: Mía Wallace
¡Qué gusto ver las entradas así, enmarcadas!
Lucen enmarcados los recuerdos, esos MetalSaraos que anhelamos que vuelvan. Buen artículo.