Iron Maiden en Barcelona: Todavía el fuego.

He visto cosas que vosotros no creeríais

     A punto de cumplir medio siglo de existencia, la mítica banda británica ha dejado en su paso por la península, en su gira “The Future Past Tour”; la sensación de estar en plena forma a nivel musical y escénico, soportando desde su posición hegemónica la exigencia de continuar llenando espacios de referencia como el Palau Sant Jordi: os cuento mi experiencia en la primera parada de su breve escala en tierras hispanas, en Barcelona; de una forma bastante subjetiva, habida cuenta de que quien llegue a estas líneas sabrá, seguramente, el setlist, la escenografía, incluso el vestuario desplegado por el conjunto, inalterable desde el comienzo de la gira hace casi dos meses, así que os voy a contar las cosas que yo he visto, cosas que, quizá, no creerías

La banda de las camisetas

     Aunque al llegar a la ciudad había los mismos carteles de Iron Maiden que del PP, las calles estaban regadas de miles de camisetas con la inconfundible tipografía del grupo más simbólico del Heavy Metal. Puede que a estas alturas, The Irons no sean el grupo favorito de casi ningún aficionado al rock, más allá de la resistencia metalera más acérrima, pero nadie que se precie de disfrutar de este estilo renuncia a demostrarlo enfundándose una de esas características zamarras que allá por los 90 llevaban los golfos, gamberros y demás gente de mal vivir… o eso decían.

No sería para tanto cuando muchas de aquellas melenas ahora se han ido mudando en calvas, en algunos casos deslizándose hacia la cara en barbas canas, de padres que paseaban con sus hijos por el Paral·lel con mucha más calma que quienes llevan a los niños al fútbol. Tampoco seríamos capaces de renunciar a ver en vivo, al menos una vez en la vida, al grupo más icónico de un estilo reconvertido en clásico, como una obra de ciencia ficción llevada a la realidad, que es, ni más ni menos, lo que han hecho en esta gira. Con una humedad en los ojos, no sé si producida por la sauna mediterránea en la que se había convertido la ciudad condal o por la emoción, también divisé pequeñas camisetitas envolviendo a los muchos nietos de aquellos que, después de todo, no parece que llevasen tan mala vida.

Eso sí, la inevitable camiseta, sumada al precio de la entrada en pista, con ese euro restado para no alcanzar la psicológica barrera de las tres cifras, resultaba más cara (45 pavos en el puesto de merchan) que muchas noches de juerga y mal vivir en la juventud de los veteranos presentes.

La cima del infierno

     Si acaso fuese cierto y todo estos éramos demonios salidos de las entrañas de un averno oscuro, seríamos los culpables de que la plana cima de Montjuic registrase un ambiente casi irrespirable, pero lo cierto es que era ese ardor pegajoso que envolvía la extensa urbe a los pies del monte. Desde donde normalmente se puede apreciar el peculiar trazado de cuadrícula del Eixample, apenas el Tibidabo y el ensueño febril de Gaudí se alzaban sobre una bruma vaporosa. Ya en el interior del Palau, las barras acogían a una multitud enardecida desde las colas zigzagueantes, más ansiosos muchos de nosotros (yo el primero) por engullir una cerveza que por situarnos frente al escenario. Tras hidratarnos, ya se podía recordar por qué estábamos allí, y la paciencia se desvanecía a causa de otra razón.

Conforme la pista y el graderío se iban tiñendo de negro, la temperatura continuaba aumentando. La banda invitada, The Raven Age, cumplió con prestancia su cometido de no dejar que el silencio ensordeciera, y se dejó descubrir por la parte del público que no habíamos estado en la anterior gira The Book of Souls en la que ya hicieron de teloneros. Incluso a lo largo de la actuación llegamos a corear uno de los estribillos insistentes y pegadizos.

Si bien yo estaba en busca del fastbeer más cercano, me quedé con el detalle de que «Haaland» toca bastante bien la guitarra y con el dedo en el botón de “seguir” de Spotify, para que me salgan de vez en cuando porque, si no han conseguido que quiera saber dónde tocan más adelante, tampoco me importaría volver a escuchar su  intenso groove/metalcore bien modulado.

Sirvieron también para que pudiese comprobar en persona algo que sabía por referencias: la acústica del Palau es genial, y el sonido es claro desde todas partes. incluso en los accesos apenas había eco.

Ubicado ya en la mejor zona que pude, a unos quince metros del escenario, me uní al deshilachado coro de voces que tratábamos de seguir la letra de “Doctor Doctor” en versión de estudio (de UFO) antes de que el escenario alumbrase el show que tenían preparados los londinenses.

Tras imbuirnos de una atmósfera futurista realmente ambientada en el pasado con la banda sonora de Blade Runner, de Vangelis, entonamos algo mejor la introducción de “Caught Somewhere in Time” al compás de la guitarra de Dave Murray hasta la irrupción del incombustible Bruce Dickinson, quien corría de un lado a otro de una profunda avenida jalonada de kanjis de neón.

Las proyecciones del foro, marca de la casa, hacen que cada actuación de los Maiden se convierta en una experiencia inmersiva: un Eddie virtual uniformado de samurai desarrollaba sus artes marciales tradicionales a un lado, mientras que al otro aparecía como un ciborg, jugando con la idea del futuro pasado como concepto del espectáculo.

Tres platillazos de Nicko McBrain después, la mascota del grupo hace su primera aparición en forma física, caracterizada de cowboy del espacio en “Stranger in a Strange Land”, tras la que el vocalista informa —a los pocos que hablan inglés, que una cosa es escuchar una canción y otra entender un discurso— de que sabe que “hay aviso por altas temperaturas, bebed cerveza o algo”. Y yo le hago caso justo antes del primer gran momento de la noche: un corte del reciente Senjutsu convertido ya en un tema clásico de la banda, que continúa haciendo himnos como “The Writing on the Wall”, en el que Steve Harris se adelanta para cerrar la línea en el frontal de la escena con Janick Gers y Adam Smith. Diez minutos de explosión de cuerdas como declaración de principios de que esto del Heavy continúa vivo y fuerte.

Pasando al futuro

     Sin pausa, sigue el segundo extracto del último disco y que da nombre al Tour: “The Days of Future Past”, y el tercero, que da sentido al nombre: “The Time Machine”, presidido por el contador de un Delorean con la fecha de fundación de la banda como punto de partida y las del lanzamiento de Senjutsu y Somewhere in Time, respectivamente, como escalas, y The Number of the Beast (666) marcando, quizá, la velocidad constante a la que no dejan de dar saltos. De dicho disco sacan el siguiente tema, aderezado por imágenes de la serie que lo inspiraría: “The Prisoner”, con Bruce despojado del tres cuartos para dar un respiro como una arenga sobre las cosas que son importantes (la tradición, la cultura, la familia…) en la introducción de “Death of the Celts”, bajo la imagen de una espada de antenas de la Edad de Hierro clavada en tierra junto a una cruz irlandesa de piedra. Desde la primera escucha, este tema se me antoja un epílogo a “The Clansman”, haciéndome reflexionar de nuevo sobre la caótica cronología que los Maiden nos propone: la muerte de los celtas se puede situar históricamente en la antigüedad tardía, mientras que los rasgos identificativos de la cultura céltica se han extendido hasta el mismo presente. No hay futuro ni hay pasado.

Transcurrida en el presente una hora, y pidiendo permiso para jugar con la locura (“Can I Play With Madness?”) llegamos al ecuador del espectáculo matemáticamente diseñado para autorreplicarse en cada presentación: si la inefable celebridad de la banda hace innecesarios los carteles, la complejidad técnica del montaje, mucho más allá de la interpretación musical, obliga a armonizar cada elemento haciéndolo previsible hasta que brote la sorpresa. En la misma dificultad me encuentro yo, en este momento, tratando de contar algo que no haya sido ya dicho.

Donde hubo fuego

     El infierno comenzó de nuevo a desatarse en la siguiente aparición del Eddie de dos metros y pico, con outfit de terminator y pistola de pirotecnia, en “Heaven Can Wait”. La performance teatral de Bruce respondiendo a los disparos desde una especie de ametralladora (fucking gun parece ser el nombre técnico) inunda el escenario de humo y esquirlas (perfectamente medidas también, por supuesto, las distancias), y el ambiente se inflama aún más. Prefiero no pensar la temperatura que podía alcanzar en ese momento el Palau, pero, en cualquier caso, hice algo que no suelo hacer en ningún concierto: quitarme la camiseta. No es que me parezca de mal gusto ni nada de eso, sino que luego no sé donde meterla, pero como mi novia llevaba una de las del merchand (con lo que costó, más vale no perderla) en el bolso, me animé a ello durante la ejecución de “Alexander the Great” para adentrarnos en la recta final del concierto, la catarsis apoteósica, que comenzó en la penumbra de “Fear of the Dark”, el momento de mayor simbiosis entre grupo y público.

En la que sería su última aparición, Eddie se presentó uniformado de Samurai en las postrimerías de “Iron Maiden”, katana en mano y desafiado por Gers con su guitarra a modo de mandoble, en una coreografía que me hizo decirle (gritarle al oído, más bien) a mi chica —otra frikaza como yo, por eso lo es— que parecía la escena eliminada en la que Sauron se enfrenta a Aragorn. Es lo que pasa cuando uno está disfrutando de verdad.

Las llamaradas terminaron de desatar el infierno en la tierra (“Hell on Earth”) para incendiar el pabellón en el previsto encore, ya después de la pretendida despedida, reparto de púas, baquetas y toda la ceremonia de lo que sabíamos que no era el final.

Esto no podía terminar sin «The Trooper», bramado como el himno universal del Heavy Metal, sin fronteras ni banderas (Bruce ya no ondea la Union Jack), y “Wasted Years”, aunque todos los años que llevan sobre los escenarios no han sido, precisamente, desperdiciados. Ya digo, casi cinco décadas, en las que han transitado del underground a lo comercial, que se cumplirán en apenas un par de años.

Para entonces, quizá, será una buena ocasión para que desarrollen una nueva gira —vitalidad no les falta— en la que no nos dejen con las ganas de escuchar temas míticos que se quedaron en el tintero como “Run to the Hills” o “Hallowed Be Thy Name”; los mencionados “The Clansman” y “The Number of the Beast”, o “Two Minutes to Midnight”, que es la hora aproximada a la que todo terminó. Pero, claro, siendo Iron Maiden, o se guardan algunas canciones, o hacen como Metallica y reparten cada concierto en dos entregas. Eso (lo de los californianos) será en Madrid el año que viene, y también iré; como espero ir si los del West Ham hacen esa gira de aniversario, aunque, si no puede ser, no pasa nada. Yo ya he visto cosas que hace tiempo no creería. Ya no me muero sin haber visto en directo a Iron Maiden.

Autor de la crónica: Francisco de Borja Castro Carrera

Fotografía: Francisco de Borja Castro Carrera

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¡Hasta el próximo metal-sarao, metal splinters!

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